El
tipo se hacia a la idea de que las minas más hermosas nunca le darían bola.
Es
así como un día vio a una mujer de unos ojos azules profundos, con una melena castaña, unas tetas
y el creía que un culo que rajaban la tierra. Se acerco a la mesa del bar de Braulio y se
presento – Quizás mi presencia la incomode pero no se asuste, mis intenciones
nunca son buenas, mi nombre es Julio, cuál es su gracia?
Entre
aturdida y sorprendida la mujer contestó – Que formas de presentarse… pero si quiere saber, soy Eulalia, aun
cuando todos me conocen mejor como la renga.
Pasadas
las presentaciones de rigor entraron en una espiral de frases subidas de tono y
terminaron en la casa de la renga a puro revolcón. La pata de la izquierda, a
los pies de la cama era un poco más corta que las otras tres.
Así
fue como Julio decidió buscar nuevos horizontes amorosos. Fue conociendo
morochas, rubias y coloradas, tetonas, culonas, de piernas largas, con ojos
verdes, negros y castaños, mujeres dulces y simpáticas, fogosas, algunas un poco
caprichosas. Todas al principio un poco tímidas, pero luego se iban soltando,
relajando y se entregaban al placer.
Tenían
nombres hermosos, nombres perfectos, de diosas antiguas, de mujeres de la
nobleza o de estrellas de cine, las menos afortunadas habían ligado el nombre
de alguna tía abuela. Pero Julio les dio a todas un nombre especial, para él
eran la tuerta, la sorda, la mudita, etc, etc, etc.