En estos días estuvo dando vueltas en mi cabeza los temas relacionados con los ferrocarriles y alguna vez creo haber expresado en voz alta que no recuerdo como la gente viajaba en el tren. Casi sin dudarlo puedo decir que mis recuerdos más recientes de viajes en el Urquiza que va de Tropezón a Chacarita son un montón de personas conectada a los celulares, mandando mensajes de texto, escuchando música, hablando por teléfono o mandando mail. Si es cierto que todavía queda algún chapado a la antigua con un diario bajo el brazo, pero ahora hasta comienza a bajar el índice de viajante con libro de papel mientras sube en la misma proporción el lector de e-book.
Igual esta solo era la introducción para llegar a otro tren que estuvo metido en mi vida durante mucho tiempo, un tren que no recuerdo cuando lo tome por primera vez y que como resultado de esa experiencia “amnésica” (ni siquiera sé si existe ese término) hoy tengo una amiga de la cual tampoco recuerdo como nos conocimos.
Ese tren hace el recorrido de Constitución – Mar del Plata, aunque hay que decir que algunas veces llega a terminar el recorrido a duras penas y crujir de rieles.
Uno de mis primeros recuerdos en ese tren son unos barra bracas de Racing que se agarraron a trompada anda a saber con cuál de los otros equipos que jugaban los torneos de verano en la ciudad feliz. Yo viajaba con mi abuela y unos tipos aparecieron con la cara rota y ensangrentada prometiendo encontrarse en la cancha para arreglar el problemita, mientras la policía se lo llevaba a otro vagón. Siempre que me acuerdo de esto me pregunto a donde lo habrán metido al tipo, porque en el tren había vagón comedor en donde te servían la cena (yo generalmente viajaba de noche en el tren que salía los viernes a las 23.55 hs.) o en donde la gente que se aburría de estar sentada se iba a tomar un café o algo, pero nunca me entere que hubiera uno de enfermería o alguno que sea una penitenciaria móvil.
En esos momentos en que yo era un nene, mis abuelos vivían en Mar del Plata. Mi abuela solía venir a buscarme a Buenos Aires y devuelta en Mar del Plata, una vez que llegábamos después de 6 horas de viaje, apoyado contra una columna con la cartera bajo el brazo y con su “poncho” alrededor de los hombros , tapándole la boca estaba esperándome mi abuelo. Con mi abuela teníamos un juego; cuando estábamos llegando a la estación, había que ver quién lo encontraba primero, daba la casualidad de que siempre era yo, con el tiempo en un viaje que hacía solo me di cuenta que ella siempre me dejaba ganar.
Fui creciendo y ese tren fue el primero que me vio hacer un viaje solo para ir de vacaciones, esas vez entre mis viejos discutieron si ya era hora o no de dejarme ir solo a la costa, a mí me encantaba la idea y llegaron a un acuerdo (mis viejos estaban separados) que era mandarme para allá en el servicio Pullman , que era genial porque venía con un asiento individual reclinable que funcionaba, no como la Primera que siempre estaban rotos y menos como el Turista en el que los asientos eran fijos y viajaban los que menos guita tenían porque era el más barato. Yo tenía 13 años y mi viejo me llevo a la estación, me subió al tren y me acomodo el bolso. Atrás mío iba sentada una chica de unos 16 años y que mi viejo estuviera ahí dale que te dale con las recomendaciones para mí era una pesadilla. Me pase gran parte del tiempo mirándola por el reflejo de la ventanilla pero, como siempre me para cuando viajo, me quede dormido al rato. Demás está decir que nunca cruce ni una palabra con la piba. O cuando me toco comprar a mi el boleto pulman y yo me compre el más barato para quedarme con la diferencia de guita, o 10 tipos amigos míos bajando por las ventanillas del tren, o muerto de calor un 31 de diciembre tratando de llegar antes de que termine el año a la casa de mis abuelos y pareciendo que ese viaje no terminaría nunca.
Esta historia no intenta contar nada, es solo poner arriba de la mesa esos recuerdos que aparecen cuando me hablan de los trenes.
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