lunes, 28 de septiembre de 2009

El 93

Este es un cuento que escribí hace muchísimo, es más no me acuerdo cuando, lo que si es seguro es que Pablo, mi mejor amigo, una mañana en que viajábamos en el 93 hasta la facultad de derecho, me contó que su hermana había soñado algo relacionado a un viaje en donde de repente se encontraba en algún lugar que no reconocía. Así fue naciendo el 93; entre viaje y viaje. Es un poco largo, pero que le vamos a hacer!


“¿Porqué quién conoce el recorrido completo del 93?.
Es un secreto muy bien guardado por los chóferes,
por los viajantes y por los que sobreviven”
P.G.B.

El noventa y tres

Como todos los días en esta ultima semana, Victoria se levanta tarde y cumple con una muy apretada rutina de desayuno, higiene y salida al hospital.
Se anuncian lluvia y tormentas y una máxima de quince grados eso fue lo ultimo que escucho en la radio después de sus cuatro horas diarias de estudio. Sin darse cuenta de que la humedad va iba tornado pegajosa la ropa, agarra la bufanda roja y deja sobre la mesada de la cocina el paraguas que había preparado la noche anterior.
Victoria es una de esas chicas que llamaban autosuficientes, por lo menos desde el último
cuatrimestre. Residencia en el Hospital de Clínicas todas las mañanas, y a la tarde intercalaba clases con un trabajito en el consultorio de Maximiliano, un ex profesor, venido a empleador y desde hace un mes titular de los dotes de Victoria, y para coronar los días, las cuatro horas de estudio que se extendían siempre hasta la madrugada.
Como todos estos días se iba a maquillar en el hospital mientras se ponía el uniforme celeste que, a opinión de Maximiliano, le quedaba tan sensual.
Mientras tanto a paso ligero se dirige a la parada del 93, que en una hora la dejaría en el primer destino del día.
En cuanto se subió al colectivo se dio cuenta que comenzaba a llover, y que en lugar del paraguas, que había preparado la noche anterior, tenia la bufanda roja colgada de la cartera.
Saco el boleto y consiguió un asiento junto a una ventanilla, al lado de una señora gorda y canosa que lidiaba con un bolso fucsia tamaño fiat 600.
Aunque quiso no pudo vencer la tentación de dejarse caer en el asiento, apoyar la cabeza contra la ventanilla y mirar la calle gris, mojada y triste de las siete de la mañana, hasta dejarse someter por el sueño que le provocaba el aburrimiento del viaje.

Loma de burro, o un pozo, no supo que pero el golpe en la cabeza contra la ventanilla la despertó de repente, afuera la cosa estaba peor, llovía torrencialmente y apenas se podía ver a unos metros de distancia, el sol parecía que no iba a salir nunca. Ahora estaba al lado de un hombre de traje muy prolijo y mojado. De repente llegando a la esquina ve el cartel que dice “Montevideo 400-500”, entonces a agarrar como se pueda la cartera, pedir permiso al hombre, y salir a los empujones hacia la puerta de atrás. Me pase de parada, no puede ser... justo hoy, todavía estoy a un par de cuadras. Se abrió paso entre la gente hasta la puerta. Dos cuadras para atrás y esta Pasteur, por esa derecho salgo al hospital. Se cuelga del timbre y el chofer pega una frenada que la tira contra los asientos de al lado de la puerta, pero no hay tiempo para protestar, se hace tarde y los profesores no esperan a los que se quedan dormidos en el colectivo.
Al bajar se da cuenta que la cosa esta peor de lo que se veía desde arriba del colectivo, el servicio meteorológico habían visto la tormenta pero no sabían nada del frió que atacaba ahora a su cuerpo desabrigado, y la lluvia era mas apretada de lo que aparentaba desde el colectivo.
Con la cabeza gacha y protegiéndose de la filosa y fría lluvia, se encamino como teledirigida hacia Pasteur, es necesario mirar los charcos y las baldosas flojas.
Caminar por el centro, a Victoria, siempre le resulto agradable, caminar por calles con teatros, con edificios antiguos y vidrieras, con todo el transito alrededor y con la gente arreglada para el trabajo. Pero hoy no sentía ese agrado, quizá por el golpe contra la ventanilla, o por la lluvia, y por sentirse tan estúpida por haberse olvidado el paraguas, por hoy había sido demasiado, ya se sentía cansada e incomoda, y eso que recién comenzaba el día.
Llego a la esquina y doblo por donde su intuición le dijo que era la calle Pasteur, no había ningún cartel y lo más raro era que no se había cruzado con ninguna persona desde que se bajo del colectivo.
Al llegar a la otra esquina le llego un ataque de intriga, las calles no le resultaban conocidas y estaban raras, si bien ese no es su camino habitual, el de todas las mañanas, pero ya había estado antes en la esquina de Montevideo y Pasteur y no la recordaba así, es más no recordaba que había en esas calles pero sabía que no eran las calles en que ella estaba parada, ¿o si?.
Parada en la esquina y bajo la lluvia, miro alrededor y el pánico llego fresco como el viento y le recorrió la espalda, al mirar se dio cuenta que no había gente en la calle, que no había autos que salpicaran, ni particulares, ni taxis, ni colectivos.
Pensó que lo mejor sería preguntar en algún lugar, pero ¿dónde?, cada vez estaba más incómoda, se sentía más inquieta, como estudiada en sus movimientos por alguien o por algo.
Levantó la vista hacia las casas buscando refugio, pero nada, las ventanas, las puertas, los que parecían negocios estaban cerrados, ya no pasaba nadie... ni siquiera el noventa y tres.
El pánico la ataco por completo, una mueca nerviosa se le formo en la cara, mientras la respiración y una risa resonaban dentro de su mente, no lo dudó y se lanzó a correr hacia la parada en la que había bajado, no volvió a mirar atrás por el miedo a encontrar ese algo o alguien que la perseguía, que la miraba, que estaba ahí asechando y que no podía ver.
Corrió hasta la primer esquina, hizo automáticamente el mismo recorrido, en sentido inverso, anterior, ahora mirando al frente, mientras la lluvia le pegaba en la cara, mirando esa desolación que la envolvía. Se sentía como en un sueño de que quería despertar, no entendía porque esa persecución, porqué a ella, esa sensación que le oprimía el pecho y el nudo en el corazón.
Llego a la primer esquina y se detuvo en seco, así, chocada por lo que veía, hasta donde daba la vista, a ambos lados de la calle solo había desolación, ni un alma que se moviera, y él estaba ahí de eso no había duda, Victoria lo sabía, él era el culpable de todo, pero ¿porqué? Y Victoria lo sentía respirándole al oído en cada paso.
Decidida a salir de donde sea que estuviera, corrió el tramo que faltaba para llegar a la parada, casi una cuadra la separaba del lugar del comienzo de la pesadilla.
Empapada por una nueva fuerza, salpicando agua y barro a cada tranco que daba, y sin importarle donde pisaba, ahora solo pensaba en irse, huir de él lo antes posible, antes que se decidiera a atacarla. Llego al lugar donde había bajado, y para estar segura busco el cartel de “Montevideo 400-500” y ya no estaba, no había cartel. Ahora si se sentía derrotada, deshecha, y la lluvia comenzó a caer a baldes, casi no se distinguía una vereda de la otra, y Victoria sentada en el cordón mojada de pies a cabeza, perdida quién sabe donde, y el resto del mundo viviendo su vida normal, la de todos los días.
Todo era oscuro, la lluvia no cesaba, y la esquina en que estaba que no era la de antes.
¿Dónde y porqué estaba ahí, porqué la quería a ella, quién era él?
Estaba vencida y no veía escapatoria, solo la vaga esperanza de creer que en algún momento por esa esquina pasaría el noventa y tres, que la devolvería a su casa, a su novio a su carrera y su rutina. Nada se movía, no había signos de vida, el único sonido era el de la lluvia golpeando el asfalto.
Sacada de ese sueño dentro de la pesadilla, escucho unos pasos, era él que la venía a buscar ahora que estaba indefensa, que se había descuidado. Quiso largarse a correr otra vez, pero algo la retuvo por los hombros y antes del primer alarido de terror le tapo la boca con su mano, con uñas muy prolijamente pintadas, manos que también le agarraban el hombro, manos de mujer que la lastimaban con la uñas clavadas en la piel.
Espera nena, no te asuste que te queremos ayudar... no grites, por favor cálmate. Y Victoria dándose por perdida se entrego a lo que pasara. Las manos la soltaron.
Temblando más de miedo que de frió, vió la cara de una mujer, no pudo pronunciar palabra pero esa mirada la pudo en su lugar, en un respeto incoherente, en una tranquilidad absurda.
No sos la primera, ya le paso a otras, pero con suerte podes volver de donde viniste, Victoria solo asintió con la cabeza.
De la vereda de enfrente apareció una chica, probablemente de su edad, caminando imponente por la calle. No tengas miedo vos podes salir. Miro a la mujer y le dijo que el camino ya estaba libre, podemos salir ahora para cruzarnos con el colectivo.
La mujer comenzó a caminar cruzando la calle, seguida por la chica que le hizo una seña. Victoria no se atrevió a preguntar nada, sin embargo ellas y lo que hicieran eran su única esperanza.
Caminaron por calles secundarias y en ningún momento volvieron a pisar una avenida. Seguía lloviendo cada vez con más fuerza y las calles eran tan conocidas, aunque seguro no eran las que ella creía.
Paremos acá, te voy a explicar algo nena, la posibilidad de que vuelvas depende de vos, de que cruces la avenida, ¿entendés?, justo cuando pase el colectivo, pero escúchame bien, no podes parar de correr hasta la parada por nada del mundo, no mires atrás, mantené la mirada fija a la derecha, por ahí viene el noventa y tres, acordate no mires a otro lado, él te trae y él te saca, pero solo te da una oportunidad para salir, si tomas el colectivo volvés de donde viniste, sino te vas a quedar acá como nosotras, él te va a estar vigilando, pero concéntrate, tenés que tomar el noventa y tres si o si.
Nosotras ya no podemos escuchar el sonido del motor, todo depende de vos, hasta acá llegamos nosotras, acá te dejemos nena.
Victoria se agazapo en la esquina, miraba a la derecha constantemente y no se veía, ni se escuchaba nada, Ahora había llegado el momento de esperar, ¿cuanto tiempo? No lo sabía, ¿y si no escuchaba el motor? ¿Dónde se quedaría si no llegaba a tomar el colectivo? ¿En que lugar de ese tétrico escenario estaba él vigilando?
Miró de nuevo y no vio nada, solo pensaba en correr, y otra vez la sensación de vigilancia, sin querer, sin pensarlo miro el fondo de la calle en que estaba, ¡NO!, no mires atrás, pensó, y el motor, si el motor sonaba y se acercaba, sin pensar se largo a correr, comenzando a cruzar la avenida, miraba y nada se veía. No puede ser perdí mi oportunidad. Un grito, pero de dolor, las piernas le pesaban una enormidad, sentía que no avanzaba y no se veía nada, pero el ruido seguía ahí, algo le apretaba la espalda, pero esta vez no iba a mirar atrás, y a lo lejos dos bichos blancos en la nada, las luces del colectivo, y ella en la mitad de la calle, un ultimo esfuerzo, miraba a la derecha y los bichos estaban ahí, cada vez más grandes, acercándose, ¿dónde esta la vereda? Y PAF!, la vereda y el charco de agua en la cara, el silencio, total silencio, Victoria en el piso de donde tenía que llegar, pero tarde para volver.
Un brazo le tapaba la cara llena de charco podrido, más quietud y silencio, no podía levantarse, estaba rendida y agotada, intento ponerse de pie, apoyo las rodillas y las manos, y a sus espaldas el chiflido de las puertas de un colectivo, gateando se dio vuelta y el tamaño y los colores del noventa y tres se presentaron ante sus ojos, arrastrándose, apurada, tropezando subió los escalones, se tomo del pasamanos. Ochenta por favor. El ruido de la maquina, busco en la cartera las monedas las coloco en el buche, y el boleto que se asomo por la ranura, miró el colectivo por dentro, el chofer y las tres o cuatro personas no se asombraron de ella y su desalineo, agarró el boleto, se sentó y lloro inconteniblemente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que buena historia la del 93!!! es re linda!!!

Bustingorry dijo...

Gracia!!